Y mira que los he defendido siempre, especialmente cuando
veía por televisión manifestaciones y concentraciones multitudinarias, como las
de la Puerta del Sol en Madrid o la Plaza Cataluña en Barcelona. ‘Sólo hacen su
trabajo.' ‘Son unos mandados.’ ‘Es imposible que den palos a gente que no está
haciendo nada.’ No me gustaba demasiado el discurso ‘Fuck the police’ que
empezaba a cobrar cada vez más fuerza en nuestro país, ya que siempre pensaba
en otros países de África, Sudamérica… etc. en los que realmente los policías
son auténticos perros del Estado, para darles de comer aparte.
Pero después de haber visto a los antidisturbios en acción,
durante los altercados en Burgos por la obra del Bulevar (y todo lo que la
dichosa obra implica), he tenido que tragarme mis palabras y me va a costar
demasiado volver a defender las actuaciones de esta gente. Es cierto que, a menudo, a
los ciudadanos se les calienta demasiado la boca cuando los tienen delante y
terminan fomentando lo que se supone que están tratando de evitar: la
violencia. Frases ofensivas y gestos fuera de lugar hacen que muchos de estos
antidisturbios calienten motores antes de tiempo. Y eso, sumado a que, sin ánimo de
ofender a nadie, su actitud, armados hasta los dientes, recuerda a la de animales enjaulados a los que han estado entrenando durante mucho
tiempo para que llegue el día en que los dueños abran la puerta y digan
‘¡Ataca!’...
No seré yo quien critique su labor, necesaria en situaciones
varias y variadas, pero los abusos injustificados, la brutal represión, las
agresiones sin fundamento y las persecuciones sin sentido, no creo que estén
incluidas en la nómina. Y es que, mucho me temo, que es más un tema personal
que una cuestión profesional. Si no no entiendo nada...
Algunos aún se deben creer que son episodios extremadamente
puntuales y que a otros nos gusta vivir buscando estos casos aislados, de
antisistemas y criminales en potencia, para desprestigiar a todo el gremio.
Pero no es así. Cuando se han producido situaciones como esta, son muchos
ciudadanos los que han sufrido en carnes la locura de los antidisturbios y sin
buscarlos, estos testimonios me han encontrado a mí. Testimonios que explican
lo que ocurrió la noche del 17 de Enero en la zona de comisaría, durante la
manifestación de miles de personas, cuando el alcalde, Javier Lacalle, ya había
anunciado que se paralizaban definitivamente las obras de la calle Vitoria de
Burgos.
Ainara me cuenta como "el pasado viernes 17 acudí a la
manifestación, un día más, junto con mi pareja y unos cuantos amigos, entre los
que había una niña. La manifestación fue totalmente pacífica. Una vez en la
comisaría, comenzó a llover y nos metimos en el bar La Habana, justo enfrente
de la comisaría. Estábamos tomando algo, cuando vimos que la gente comenzaba a
moverse, y entre nosotros dijimos de acabar de tomar lo que teníamos, puesto
que la manifestación ya arrancaba. Pero, de repente, yo que estaba plantada
justo en el cristal del bar en primera línea, vi cómo se formó un cordón
policial y la gente comenzó a correr. Justo enfrente del bar, en unos
soportales, vi cómo un antidisturbio le daba un porrazo a un hombre de entre
unos 35-40 años, vestido con pantalones de camuflaje marrones. Primero le dio
en las piernas, pero luego le dio por todo el cuerpo. El hombre se quedó plantado
de pie, sin oponer resistencia, era como si no les tuviese miedo. A
continuación, varios antidisturbios echaron a correr hacia los soportales,
donde había mucha gente, entre ellos dos personas en silla de ruedas, y allí se
montó un barullo, pero tampoco pude ver mucho. Allí acudieron rápidamente las
cámaras de televisión que estaban más cerca. Mientras esto pasaba, comenzaron a salir
antidisturbios por todas partes, venían por enfrente de la comisaría, como
si viniesen de la Junta de Castilla y León, que está justo al lado. Al
lado izquierdo del bar en el que estábamos, había como 10-12 lecheras y vi cómo
se uniformaban con sus chalecos, sus cascos, sus escudos y sus armas un montón
de antidisturbios. Se fueron metiendo cada uno por un lado, unos por una
plazoleta que hay justo detrás del bar, otros hacia el Centro Comercial
Alcampo... Además, otros tantos hicieron como una cadena humana justo en las
puertas de la comisaría. La cosa se fue calmando. Apareció una ambulancia que
se metió en la comisaría, supongo que para atender al policía al que, según
oímos en el bar, le habían lanzado una botella.
Decidimos salir del bar y vimos cómo en los soportales había
gente metida, de todas las edades. Nos dirigimos dirección al Alcampo. Vimos un
pañuelo en el suelo lleno de sangre. En las puertas del Alcampo había unas 6
lecheras, supongo que buscando y controlando a la gente que "había
revolucionado" aquello.
Nosotros volvimos hacia Gamonal ya que llovía un montón y
fuimos a un bar. Allí nos comentaron que, a un vagabundo que suele dormir en
los cajeros de la zona, le debían haber dado golpes hasta hacerle una raja en
la cabeza, pero eso ya no lo vimos.
Fue una semana muy intensa en la que vimos muchas carreras,
muchísimos antidisturbios, mucha chulería por parte de estos, algún que otro
acto vandálico que no venía a cuento (como quemar contenedores en calles alejadas
de la calle Vitoria), pero bueno, ha merecido la pena.’
Andrea relata como “Yo estaba en primera fila, al lado de comisaría, y cuando he visto que la policía empezaba a coger los escudos me he ido acercando a casa de mis padres. Viven justo enfrente de los nacionales, en los pisos de los soportales. Yo estaba con mi padre y mi hermana. Cuando han empezado a cargar, hemos salido corriendo en masa hacia la iglesia porque al portal nos cerraban el paso los antidisturbios. Pero mi padre, de 61 años, se ha quedado atrás, así que mi herma y yo hemos vuelto en su busca. Y ha venido la poli hacia nosotros increpando y, corriendo, hemos abierto el portal. Hemos entrado varios vecinos y más gente que estaba en la manifestación para refugiarnos. Se han puesto 4 antidisturbios con los escudos en la puerta impidiendo la salida. No podíamos ir a ningún lado. Al cabo de un rato han ido a salir unos vecinos de unos 60 años aproximadamente y les han dicho que no se podía salir, que nos teníamos que quedar ahí. Mi padre se ha asomado y les ha dicho: “¿Qué pasa? ¿Hay toque de queda?”. Y le han dicho “Sí” y acto seguido le han dado un empujón hacia dentro del portal. De frente, como provocando para que mi padre respondiera y la liara.
Si ese empujón se lo dan a un chaval joven, lo más probable es que hubiera respondido con otro empujón y ya estaría detenido por resistencia a la autoridad. Yo tenía a mi hijo de 7 meses sin cenar en casa de mis padres y no podía salir del edificio porque estaba rodeado de antidisturbios. Los cuatro portales, que por dentro se comunican, estaban bloqueados. No se podía salir ni entrar. Mi padre y otros señores mayores flipaban. Sólo decían: ‘Esto es otra dictadura, esto es otra dictadura.’ Supongo que habrá muchos policías que estén bastante hartos de ser perros del Gobierno, pero hay otros que dan miedo. Estoy segura de que les drogan, como en la guerra, para que salgan ciegos a dar palos. Si no es imposible que actúen como actúan. Los ciudadanos que realmente la lían salen corriendo rápido y ni les cogen, y los palos se los terminan llevando los demás. (…) Esto no puede seguir así, no podemos dejarles este futuro a nuestros más jóvenes. Hay que luchar por un país libre y digno, no corrupto y dictatorial. Basta ya de abusos.”