16 de marzo de 2013

14 de marzo de 2013

ASÍ NO HAY QUIEN FOLLE EN PAZ

En Marruecos el sexo antes del matrimonio es haram, como se dice aquí. Igual que lo es, por ejemplo, el beber alcohol o el comer cerdo. Pero que sea pecado no quiere decir que no se haga, ni mucho menos. Es cierto que hay muy pocos locales para infieles donde comprar jalufo, pero para beber alcohol basta con ir a uno de los cientos de bares, especialmente en ciudades como Tánger o Casablanca, para tener todo el alcohol que quieras. Vaciando el bolsillo, claro. Que aquí el pecado se paga caro, pájaros.

Pero vamos a lo que vamos. En este país, igual que en tantos otros musulmanes y no musulmanes, tener relaciones sexuales antes del matrimonio no está bien visto. De hecho creo recordar que el cristianismo también vende algo parecido, pero no me hagáis mucho caso. A día de hoy, y a pesar de haber estudiado toda mi vida en colegios de monjas, sé más del Islam que de cualquier otra religión. Si me viera Madre Patro...


Lo que decía, que las reglas están para romperlas y esa idea de la castidad, entre los más jóvenes, se está dejando de lado. Por suerte para todos, la verdad. Ir contra algo natural no es sano, ni física ni psicológicamente hablando, y aunque todos conocen la teoría, cada vez son más los que saben que la práctica es más divertida.

En Marruecos a los hombres se les perdona casi todo y rezando y mostrando algo así como arrepentimiento (define arrepentimiento) después de follar, hablando mal y pronto, todo queda más o menos solucionado. Con las mujeres, de nuevo, la cosa es diferente y el día de la boda son sometidas a la prueba del pañuelo. Sí, sí. La dichosa prueba. Ese rito tan extremadamente fiable, ese atentado contra la ciencia o llámalo como quieras. La mujer tiene que sangrar y si no lo hace es que no es virgen. Y esa idea, sin ánimo de generalizar, la tiene todo Marruecos.


Son ya varios los casos que he escuchado sobre hombres recién casados que la noche de bodas no ven sangre por ninguna parte y, aunque estén enamorados y ella jure y perjure que es santa, la mosca detrás de la oreja no dejará de molestar y pensar que él no es el primero en la vida de su mujer no le dejará dormir del todo tranquilo.

Es verdad que el país está cambiando poco a poco y, aunque en ciudades como Rabat no es raro ver a parejas de la mano o dándose muestras de cariño, a eso de poder besarse en la calle todavía no se ha llegado. Igual que tampoco se ha llegado a considerar a una madre soltera como alguien normal. Pero bueno, Roma no se hizo en dos días tampoco…


Un ejemplo que pone de manifiesto una vez más la no-libertad que sufren los marroquís en su propio país es que una pareja, si no está casada, no puede disfrutar de una, o varias, noches en un hotel. Está prohibido. Es la grandeza del Islam convertido en ley. Si no sois marido y mujer, ¿para qué necesitas disfrutar de un hotel?. Si quieres pecar hay que buscarse la vida en otro sitio, khouya. Y no hay que tomarla con el dueño del hotel; él simplemente se limita a cumplir con su trabajo y sobre todo con la ley. Más le gustaría a él poder ganar el máximo dinero posible, pero igual por dejarte a ti disfrutar él se mete en un lío muy gordo. Y tampoco es plan.

Sin embargo, como ocurre siempre, el tema es mucho menos complicado cuando uno de los miembros de la pareja es europeo (y cuando digo europeo me refiero a blanquito en general). O cuando el marroquí tiene también documentación española, francesa, belga o de donde sea. O cuando el dueño del alojamiento es extranjero. En esos casos la ley ya no hace falta aplicarla tanto... Gracias a Dios.

13 de marzo de 2013

VECINOS ALEJADOS

Hasta hoy siempre había hablado de todo aquello que me encanta en Marruecos y que hace que cada día me sienta más en mi salsa cuando estoy aquí. Pero no todo es maravilloso, ni mucho menos. Siempre hay una parte más oscura y, en mi opinión, la religión mal aplicada, la corrupción, el machismo, especialmente entre las mujeres, y la monarquía, son los problemas fundamentales.

Para hablar, criticar y opinar sobre cualquier cosa en este país hay que terminar hablando del Islam. Y para mí ese es el problema. No la religión en sí misma que, bien llevada, es hasta inofensiva. El berenjenal se prepara cuando las creencias religiosas pasan a ser la ley y cuando para hablar de política, de cultura, de economía o de educación necesitas también hablar de religión. Y es que el Islam no es sólo una religión, es un sistema de vida, es un orden social.



La corrupción es una gran lacra y con unos billetes por delante puedes entrar el primero a la consulta del médico o conseguir que el policía de turno haga como que no ha visto nada. Eso a pequeña escala, claro. Si en los altos niveles en España parece que ya no se libra ni uno, en Marruecos es un sálvese quién pueda en toda regla.

El machismo está presente en muchas situaciones entre los marroquís, a menudo entendido como ‘costumbre’ o ‘tradición’ pero machismo puro y duro desde una visión externa y objetiva. Lo triste es que las mujeres son tanto o más machistas que los hombres, de ahí que el problema sea tan difícil de solucionar. Siendo visitante y europea la cosa cambia bastante y, especialmente al principio, nunca faltará un hombre que te abra la puerta, te ayude con la maleta, te ceda su sitio o haga todo lo posible por hacerte sentir a gusto, especialmente entre las familias más pobres.



Y, como no, el rey. El adorado rey de Marruecos, el séptimo más rico del mundo. Es innegable que comparado con su padre Hassan II, Mohammed VI es un ángel caído del cielo. Pero de ahí a que no sólo no se le tache de sin vergüenza, sino que encuentres fotos y muestras de respeto hacia él allá donde vayas… Tela, ¿eh? ¡Tela! El monarca es la máxima autoridad, la figura sagrada. Es el rey, es el presidente, es el mayor empresario del país, es el puto jefe, es el puto amo… Él y su gente lo abarcan todo. Bien es cierto que está colaborando y ayudando a Marruecos a su manera pero, objetivamente, no merece ni lo más mínimo el enorme cariño del pueblo.


Y ya puestos a criticar, cabe destacar que Mohammed VI es - igual que lo era su padre hace unos años - gran amigo de los reyes de España. Hasta tal punto que Juan Carlos I llegó a confesar entre lágrimas, en el entierro de Hassan II, que le consideraba como a un hermano. ¡Que me aspen! Eran amigos íntimos, igual que también lo eran Gadafi o Mubarak hasta que de la noche a la mañana resultó que eran unos criminales y se rompieron todas las relaciones.

Mientras los medios de comunicación se empeñan en enfrentar al pueblo marroquí con el español, tanto unos monarcas como otros siguen haciéndose regalos sin sentido, como caballos de pura raza árabe o móviles de última generación con letras talladas en oro, siguen alojándose en palacios ajenos y siguen negociando con lo que no les pertenece. Y ya va siendo hora de que la gente se empiece a dar cuenta de que el enemigo a temer casi nunca viene en patera. Viene en limusina...