Un país como Marruecos hace las delicias de todo aquel que
tenga cierta adicción a lo desconocido, inquietud por las cosas diferentes,
pasión por aprender siempre de la experiencia
y curiosidad e interés por lo que le rodea.
Como siempre digo, hay un profundo desconocimiento
de la cultura árabe en general. No sólo no se saben muchas cosas sino que la
mayoría de las que se saben, se saben mal. Cuando hace poco menos de un año dije que en cuestión de días
cambiaba Londres por Rabat fueron varios los que me miraron con recelo, especialmente
cuando a su pregunta de '¿Por qué?' mi
respuesta era que 'entre otras cosas, porque me encanta su
cultura'. Tener que escuchar después frases del tipo... ¿o sea que te gusta que lapiden a las
mujeres? o ¿te parece bien entonces necesitar una autorización de tu marido para conducir? es
tan duro como frustrante, porque saber que algunas batallas están perdidas antes de
haberlas empezado es difícil de asimilar.
Pero a lo que voy, una de las tantas cosas curiosas que llaman la atención cuando viajas y sobre todo cuando vives en Marruecos es que no hay perros. Gatos todos los que quieras, pero perros no. No hay perros en la calle, no se venden perros, ningún marroquí pasea perros, nadie tiene un perro… El cariño que el mundo musulmán tiene a estos animales es inexistente, hasta tal punto que son considerados impuros. Es por eso que muchos de los insultos más ofensivos en árabe están directamente relacionados con este animal. Algunos recordaréis aquel episodio en el que un periodista iraní le lanzaba un zapato a Bush (otra de las grandes ofensas) mientras le gritaba "¡Perro!" Para nosotros puede ser una simple anécdota, pero para otros un gesto como ese conlleva muchas más cosas.
El origen de todo parece remontarse al profeta Mahoma, pero la realidad es que, por la razón que sea, no les gustan nada los perros. Consideran que no es oportuno tenerlos en casa precisamente porque son animales y deben vivir como tal. Por eso y porque se dice, se cuenta, se rumorea que “donde hay un perro no entran los malaika”. Es decir, que los ángeles, los buenos espítirus y/o las buenas vibraciones no entran. Les produce un enorme rechazo un animal que mete el morro en todo lo que pilla, que huele los excrementos de otros perros, que se lame su propio sexo… Es por eso que no les gusta que un perro les toque y mucho menos soportan que les chupen. Según su teoría, no es nada higiénico y cuanto más alejados estén mejor. De hecho, si ocurre el fatal incidente, se deben lavar antes de poder volver a rezar.
Recuerdo cuando salía con Melissa a pasear a su pequeño
perro. Una mañana nos acercamos a dar algo de comida a una subsahariana que estaba pidiendo en la
calle con su bebé en brazos y al vernos se puso muy nerviosa y no dejaba de
hacer gestos con la mano diciendo: "Out!
Out! Out!" O con Laura, cuando la
gente nos miraba raro al pasear por un parque con su perrazo. Su perrazo negro,
para más INRI.
Igual que no comen cerdo por tradición y por las miles de
enfermedades y muertes que en su día conllevó su consumo, tampoco sienten
especial devoción por unos animales de los que en Occidente se tiene una imagen
totalmente opuesta a otros tantos cientos de millones de personas. ¿Es su idea
menos válida que la tuya? Obviamente no, cada cultura es diferente y hay que
saber apreciar las diferencias de forma positiva. Cada persona es como es y
no se deben utilizar estas características propias de una mentalidad como arma
arrojadiza para atacar. Son peculiaridades inofensivas que no hacen mal a
nadie. No pasa nada porque no les guste convivir con ciertos animales, igual
que tampoco pasa nada porque no coman cerdo. De hecho… mejor así, a más tocamos
los demás.