Tenía 22 años, carnet de coche, carrera de ingeniera terminada y, supuestamente, buen nivel de inglés. Lo suficiente para que la sociedad confirme que vas por el buen camino. ¿Ya me puedo ir? Era, pues, el momento de hacer lo que llevaba años rondándome la cabeza. Marcharme un año fuera. A vivir, con todas las letras. Era libre, no tenía nada que perder y podía haber elegido entre millones de destinos. Pero me decanté por Londres. Me dejé llevar por la inercia y, aunque aquellos meses en Inglaterra no crecí nada, a día de hoy estoy convencida de que si no hubiera pasado por allí ahora no sería quien soy. Como ya he contado alguna vez, vivía con una familia de madre inglesa y padre francés. Trabajaba como au-pair haciendo cosas de casa, llevando al niño al colegio cuando hacía falta, cocinando muy de vez en cuando... Y los fines de semana, siempre que podía, trabajaba como babysitter en casas que no eran la mía. Podría traducirse como niñera pero, en algunas ocasiones, no llegué ni a ver los niños. El trabajo más cómodo que he hecho en mi vida y, además, bien pagado. Llegaba a las 8 de la tarde aproximadamente, cuando los críos ya llevaban un buen rato durmiendo, y me marchaba sobre las 2 de la mañana cuando los padres volvían de su cena, fiesta or whatever. Un chollo, vaya.
Parece que me invento las condiciones meteorológicas siempre que hablo de Inglaterra para darle más drama al asunto, pero es cierto. Aquella noche de Diciembre de 2012 llovía a mares y la niebla no te dejaba ver casi ni por dónde caminabas. No había nadie por la calle a esas horas intempestivas de la tarde y, caminando, llegué a mi destino. Abrí la verja de la casa y siguiendo el caminito, me dirigí hasta la puerta. Me abrió una mujer que no podía ser otra cosa que inglesa, pero de eso me di cuenta más tarde. Detrás de ella estaba él. El hombre. El mismísimo Hassan II de Marruecos (padre del actual monarca Mohamed VI). En pintura, claro. ¡Dios me libre! Un enorme cuadro de Hassan II me daba la bienvenida al que, por unas horas, iba a ser mi hogar. Había estado varias veces en Marruecos y sabía bien quién era el señor de aquel cuadro. Perdón por lo de señor. No recordaba haber visto nunca uno en el Magreb así que encontrármelo de frente y en pleno Londres fue muy chocante. Pensé, la cosa se pone interesante.
Hice como que no había visto nada y, después de las presentaciones y de las instrucciones básicas, la pareja se fue de cena. Con mi DVD de la serie Prison Break en la mano, me dirigí al salón y cuál fue mi sorpresa que el mueble blanco de la televisión - que ocupaba toda la pared - estaba lleno de libros de Marruecos. De historia, de decoración, de fotografías, de rutas, de viajes... Lleno. De todo. La mayor biblioteca del Magreb en la que he estado en mi vida. Dejé a mi queridísimo Michael Scofield tirado en el sofá y me pasé la noche cotilleando. Cogiendo y dejando. Devorando libros. Así pasé más de 6 horas hasta que, de madrugada, volvió el matrimonio con el típico pedo inglés. Tal cual os los podáis imaginar. Tal cual. Aún a riesgo de parece poco polite, no me pude callar y les pregunté directamente que a qué se debía todo aquello. Me contaron que durante 10 años habían vivido en Marrakech. Tenían un riad en la ciudad pero nació su bebé y consideraron que era más oportuno criarlo y educarlo en su país de origen. Decidieron vender el hotel y volver a casa, pero la pasión y el cariño con el que hablaban del país africano era genial. Como no podía ser de otra forma, yo también me vine arriba y, después de un rato compartiendo ilusiones, el padre de aquella familia me preguntó: "Y si sabes que en Marruecos estás feliz... ¿para qué estás en Inglaterra?"
Os juro que escuché el grillo ese que suena en las películas cuando nadie quiere dar la cara. Cri, cri... Cri, cri... Piensa, Carlota. Piensa. ¿Por qué estás aquí? Vamos, algo tiene que haber. ¿Por qué? Eo, eo, eo. ¿Hay alguien ahí, pelirroja? I don't know, le dije finalmente. No sé, para aprender inglés. Soné tan convincente como una piedra y el hombre me contestó: Come on, inglés ya sabes y lo puedes aprender en cualquier sitio... Tierra llamando a Carlota, ¿me recibes? ¿Por qué sigues aquí?, volvió a repetir. Ya, no sé...
Maldita sea. Llevaba meses viviendo allí, acostándome algunas noches llorando sin saber muy bien porqué, y no había sido capaz de hacerme esa pregunta. Seguramente por eso, porque no tenía respuesta. Pero sabía muy bien que cuando realmente deseas algo, cuando lo quieres de verdad, el mundo entero conspira para que lo consigas. Y me fui. Me fui a casa corriendo, sin importarme demasiado llegar empapada por ir saltando de charco en charco. Sin cambiarme de ropa, encendí el ordenador y, en la misma web en la que había encontrado a mi familia inglesa, busqué alguna familia marroquí que me pudiera necesitar. Puse "Marruecos" directamente en el filtro y voilà! ¡Tres familias buscaban chica! Dos de ellas, a una francesa. Shit! Y, la otra, a una española. ¡Encima sólo querían que enseñara español a sus dos hijos! ¿Qué más podía pedir? La vida es corta y la suerte es lenta, así que les escribí aquel viernes de madrugada, adjuntándoles en el mensaje el link de mi post "Cosas que he aprendido en Marruecos", y me contestaron el domingo después de comer. Por la tarde, mientras trabaja en otra casa, hice un Skype con ellos y... ¿me creéis si os digo que ese mismo martes ya tenía mi vuelo a Rabat?
Mi última noche en Londres la pasé entre lágrimas, pero esta vez sí sabía porqué lloraba. De emoción. De ilusión. De ganas. De alegría. De vida. De pura energía. Dejé todo lo que tenía allí, que era nada, y aposté por lo que me hacía feliz. Quise escribir yo el guión de mi historia porque dejar que lo escriban otros es una muerte anunciada. Escuché a mi intuición, fui donde me llevó el corazón y la vida acabó dándome la razón. Ya lo dice Keny Arkana, la verdad está en ti y vale mucho más que todo lo establecido. No sé cuántas veces he escuchado ya eso de que fui muy valiente por irme a vivir Marruecos. ¿Valiente? ¿Valiente de qué? Valiente es ser consciente de los riesgos y asumirlos. Valiente hubiera sido quedarme en un lugar que me estaba consumiendo sin saberlo. En una ciudad en la que no era capaz de ser yo. ¿Qué riesgo iba a correr en África? ¿Dejarme el corazón allí? Joder, a buenas horas...