La dichosa valla de Melilla. La misma que separa el territorio marroquí del español, el africano del europeo. La
misma valla que miles de africanos siguen intentando saltar para llegar a
nuestro país. Los mismos alambres que, si estuvieran colocados en cualquier
lugar de Europa para cazar pájaros, estarían terminantemente prohibidos. Y eso por no hablar de las cuchillas. Pero
como sólo sirven para cazar moros y africanos no nos importa. De hecho nos es indiferente. Nos da igual que vivan en el monte Gurugú, en la costa norte de
Marruecos, durante meses, semanas e incluso años, intentando saltar la valla hacia
el paraíso. Nos la pela completamente que se mueran en la misma costa en la que veraneamos. De hecho, nos la trae bastante floja todo lo que no tenga que ver con nuestra casa.
Cuando, los más afortunados, logran saltar por fin la valla - uno de los métodos gratuitos que existen para que la gente que no tiene derecho a ir al país que quiera pueda llegar a Europa - y la Guardia Civil los pilla, en el mejor de los casos,
los lleva a un Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), que suele
estar de gente hasta la bandera, para después ser deportados si ya han tenido
la mala suerte de haber cumplido ya los 18 años.
Como digo, eso en el mejor de los casos. En el peor, de
forma irregular y saltándose a la torera esas leyes de extranjería que tanto nos gustan de cara a la galería, son
llevados por nuestras fuerzas de seguridad del Estado nuevamente al sitio por el que vinieron y, amablemente, se les abre la
puertecita y se les manda de vuelta al monte. O a zonas desérticas en Oujda, en la frontera con Argelia. Y aquí no ha pasado nada, señor. ¿Negros en el maletero? ¡Yo no he visto nada, oiga!
Si bien es cierto que alguno de nuestros
mangas verdes tiene
la mano bastante más suelta de lo que debería, el nivel de violencia y brutalidad de las autoridades españolas no llega al de las marroquís.
Para muchos
africanos, el ser devuelto al lado sur de la barrera, supone literalmente la
muerte. La mayoría de ellos están heridos, por alambres, por cuchillas, por
caídas desde varios metros de altura, por golpes, por patadas, por palos… Con
tobillos, muñecas, mandíbulas y brazos rotos.
Algunos incluso parapléjicos. Y volver en esas condiciones a territorio
marroquí hace que la agonía y la desesperación alcance unos niveles tremendamente inhumanos.
La mayoría son hombres, pero también hay mujeres con niños.
Algunas embarazadas, bien de sus maridos o bien de guardias a los que les debe hacer
gracia hacer alarde de lo bajo a lo que puede llegar una mierda con patas. Y niños
sin padres, que han fallecido intentando darles un futuro digno. Los africanos cazados vuelven al monte a ser cazadores; a comer basura y a pasar frío porque en una de esas
redadas diarias que se hacen para limpiar
la zona se llevan sus utensilios, sus plásticos para protegerse de la
lluvia, su ropa, sus zapatos… Y los que llevan puestos también. Pasaportes y
documentación robados o hechos cenizas. Y no precisamente debido a los incendios que ocurren. Sin dinero, sin papeles. Sin dignidad, sin identidad.
Africanos que intentan una y otra vez llegar a nuestro
país, a nuestro continente. Siempre que las fuerzas y la suerte se lo permiten,
lo intentan. Una y otra vez. Todos son perfectamente conscientes de la crisis de Europa
en general y de España en particular. Pero, para la mayoría de ellos, crisis es
no tener ni comida, ni agua durante días. Crisis es estar en guerra. Crisis es
no tener ningún derecho. Y cuando digo ninguno, es ninguno. Africanos que huyen de un continente que jamás ha dejado de estar colonizado y saqueado, con dirigentes políticos salvajes capaces de las mayores bestialidades, que actúan con el consentimiento, la colaboración, la ayuda y la aprobación de los dirigentes de Europa. Los mismos dirigentes europeos que trabajan mano a mano con dictadores africanos y luego hablan de asaltos, efecto llamada e invasiones para desviar la atención, fomentar el odio, el miedo, el racismo y el clasismo, criminalizar al más débil y enemistar a pueblos y a seres humanos cuya única intención es vivir como creen merecer. Y lo más horrible es que lo consiguen.
Es terrible y vergonzoso lo que está sucediendo.
Pero lo más triste es ver cómo la mayoría todavía sigue girando la cara y
haciendo como si la historia no fuera con ellos. Como si no supieran nada. Señores,
que esta gente está ahí. En la frontera de nuestro país, en la puerta de nuestra querida casa. Que esta gente existe y sus
realidades son tan crudas que ni las imágenes ni los testimonios pueden
reflejar el verdadero drama que viven. Esta gente está sufriendo, en
ese monte, viendo la valla de Melilla al fondo. Viendo nuestra tierra, a través
de 6 metros
de doble valla, pero sin tener derecho a cruzar una frontera que nosotros sí podemos cruzar. Y
están ahí mientras tú y yo estamos aquí, leyendo en un blog una de esas
historias que no conviene que sean contadas.
Es evidente que erradicar el problema es muy complicado pero, ya que, por desgracia, no tenemos la capacidad de proponer soluciones concretas a corto plazo, que al menos tengamos la decencia de saber y reconocer lo que, de ninguna manera, se debe hacer. Y, evidentemente, esto no se puede seguir consintiendo. No podemos seguir violando los derechos humanos de esta forma. Hay que empezar abriendo el capítulo uno de humanidad; cuando éramos niños lo hacíamos mejor...
"Ustedes están aquí, viendo el odio del mundo. Las grandes naciones están ahí, mirando al negro mientras se muere. Todos estáis observado en silencio y es inadmisible que nadie dé señales..." - Desde el monte Gurugú