Maldito Diario As,
maldito tú y malditos todos los de tu especie. Malditos talibanes de la des-información que seguís alimentando un sistema patriarcal del que ya estamos empachados. O, permitidme el lenguaje exclusivo, empachadas.
Carolina Marín es la primera mujer no asiática que consigue una medalla de oro en Bádminton, pero eso a vosotros, como periodistas deportivos, os la suda. Valga la redundancia. No os parece relevante que tenga 23 años, ni que sea española, ni que se apellide Marín, ni que sea la primera mujer que lo logra. Os dan igual los años de lucha, las horas de entrenamiento y la indudable superioridad de la joven. Son datos irrevalentes si tenemos en cuenta que la persona que la entrena tiene pene. Y todos sabemos que quien tiene un pene, tiene un tesoro. Tanto, tanto, que el hecho de que Carolina sea una mujer queda en un segundo plano. Y es que no sólo no mencionáis la palabra mujer - no vaya a ser que alguno os lea y se crea que las mujeres somos capaces de alcanzar metas por nosotras mismas - sino que ni siquiera la tratáis ya como una niña. Esa niña que admira a Rafa Nadal. La deportista olímpica es sólo una niñata, una cría consentida y rabiosa a la que - gracias a Dios - su entrenador ha salvado del abismo. El hombre, el macho ibérico, el macho alfa. El mérito es de él, no de ella. Ella no es más que un complemento circustancial detrás de un sujeto que lo abarca todo. La hazaña, la medalla y el logro de convertir rabietas en oro. Bendito sean ellos entre todas las mujeres.
Y si vuestro titular no era lo suficientemente machista y paternalista, lo acompañáis con una imagen que viene a confirmar lo mismo. Ella, una mocosa despreocupada, pasota, que no atiende, que no escucha, que vive de rabieta en rabieta. Él, el hombre, la profesionalidad, el talento, la templanza, el saber hacer.
No son exageraciones, no son paranoias. No es feminazismo, no es buscar tres pies al gato. Es sólo saber lo que es un sujeto y un predicado. ¿Quién? Él, Rivas. ¿Qué hace? Convertir. ¿Qué? Rabietas. ¿En qué? Ni más ni menos que en oro. ¿Rabietas de quién? ¡Ah, sí! De una tal Carolina.
Pero lo peor no es vuestro titular, lo peor es que la inmensa mayoría de la población lo lee sin inmutarse. Sin que le duela, sin que le pique. Sin ofenderse, sin alterarse. Les parece poco importante y carente de toda relevancia. Lo traga sin masticarlo y lo vomita, entre amigotes, sin digerirlo. Y así seguimos, removiendo mierda de otras culturas mientras titulamos - por enésima vez - que una mujer sin un hombre que la lleve, por no ser, no es ni mujer.
maldito tú y malditos todos los de tu especie. Malditos talibanes de la des-información que seguís alimentando un sistema patriarcal del que ya estamos empachados. O, permitidme el lenguaje exclusivo, empachadas.
Carolina Marín es la primera mujer no asiática que consigue una medalla de oro en Bádminton, pero eso a vosotros, como periodistas deportivos, os la suda. Valga la redundancia. No os parece relevante que tenga 23 años, ni que sea española, ni que se apellide Marín, ni que sea la primera mujer que lo logra. Os dan igual los años de lucha, las horas de entrenamiento y la indudable superioridad de la joven. Son datos irrevalentes si tenemos en cuenta que la persona que la entrena tiene pene. Y todos sabemos que quien tiene un pene, tiene un tesoro. Tanto, tanto, que el hecho de que Carolina sea una mujer queda en un segundo plano. Y es que no sólo no mencionáis la palabra mujer - no vaya a ser que alguno os lea y se crea que las mujeres somos capaces de alcanzar metas por nosotras mismas - sino que ni siquiera la tratáis ya como una niña. Esa niña que admira a Rafa Nadal. La deportista olímpica es sólo una niñata, una cría consentida y rabiosa a la que - gracias a Dios - su entrenador ha salvado del abismo. El hombre, el macho ibérico, el macho alfa. El mérito es de él, no de ella. Ella no es más que un complemento circustancial detrás de un sujeto que lo abarca todo. La hazaña, la medalla y el logro de convertir rabietas en oro. Bendito sean ellos entre todas las mujeres.
Y si vuestro titular no era lo suficientemente machista y paternalista, lo acompañáis con una imagen que viene a confirmar lo mismo. Ella, una mocosa despreocupada, pasota, que no atiende, que no escucha, que vive de rabieta en rabieta. Él, el hombre, la profesionalidad, el talento, la templanza, el saber hacer.
No son exageraciones, no son paranoias. No es feminazismo, no es buscar tres pies al gato. Es sólo saber lo que es un sujeto y un predicado. ¿Quién? Él, Rivas. ¿Qué hace? Convertir. ¿Qué? Rabietas. ¿En qué? Ni más ni menos que en oro. ¿Rabietas de quién? ¡Ah, sí! De una tal Carolina.
Pero lo peor no es vuestro titular, lo peor es que la inmensa mayoría de la población lo lee sin inmutarse. Sin que le duela, sin que le pique. Sin ofenderse, sin alterarse. Les parece poco importante y carente de toda relevancia. Lo traga sin masticarlo y lo vomita, entre amigotes, sin digerirlo. Y así seguimos, removiendo mierda de otras culturas mientras titulamos - por enésima vez - que una mujer sin un hombre que la lleve, por no ser, no es ni mujer.