21 de diciembre de 2014

COMO UN SEMÁFORO EN ÁMBAR

"Por favor, sed vuestra mejor versión y aprended a esperar lo mejor de vosotros antes de esperar nada de los demás. Quereos y cuidaos a vosotros mismos, no olvidéis que es vuestra cara la primera que vais a ver en el espejo cada mañana durante el resto de vuestra vida. Aseguraos de que tenéis las manos limpias antes de señalar a nadie y acordaos de sacar la basura todos los días, no os acostéis con una montaña de bolsas llenas de cosas que no tienen valor alguno. Las moscas siempre encuentran la manera de entrar por las ventanas.

Haced lo que podáis por cambiarle la vida a alguien. Sed el motivo por el que otra persona se levanta e intentad dejar cada lugar al que vayáis un poco mejor de lo que estaba cuando llegasteis. Nunca os olvidéis de donde venís, porque con los años os daréis cuenta de que eso marcará cada nuevo camino que elijáis. Haced algo que vuestro ‘yo’ futuro os pueda agradecer, y no os olvidéis de decir gracias. Compartid las cosas buenas que os de la vida. Y digo compartir, no dar limosna. Compartir es dar parte de algo que posees y que tiene valor, no es dar lo que te sobra y no necesitas.


Pensad dos veces antes de juzgar los actos de los demás. No importa lo que penséis ni cuán claros tengáis vuestros principios. No importa lo que digáis o hagáis, porque la vida siempre encontrará la manera de haceros entender que nunca estarás lo suficientemente seguro de algo. Que las cosas cambian, cambian continuamente igual que lo hacemos nosotros, y ‘nada’ no siempre significa ‘nada’ y ‘nunca’ a menudo tampoco significa ‘nunca’.

Dejad que sea la vida la que os ponga las barreras, no construyáis murallas a vuestro alrededor porque algún día querréis saltarlas y no podréis. Dejaos los cuernos por lo que queréis, no hay mejor recompensa que la que se obtiene haciendo algo simplemente porque te da la real gana. Aprended a guardar silencio pero ni se os ocurra callaros cuando veáis algo injusto, porque todo gran cambio en la historia empezó con un grito. Escuchad a vuestros padres, aunque sólo sea de vez en cuando, porque algún día os acordaréis de ellos cuando no sepáis qué hacer. Elegid a quién queréis seguir hasta el fin del mundo y hacedlo, aunque os llamen locos, aunque las turbulencias estén aseguradas. Hay vistas que siempre merecen la pena.


Buscad un lugar al que volver, porque tarde o temprano lo necesitaréis. Queda muy bien decir que se es de todas partes y de ningún sitio, pero a la hora de la verdad todos necesitamos cobijo. Cuando toméis una decisión llegad hasta el final, porque sólo así podréis decir que lo habéis intentado. No perdáis de vista que todo esfuerzo tiene una recompensa y que lo que se siembra se recoge.

Comeos el mundo, porque si no el mundo os comerá a vosotros. Id con todo o no vayáis, pero no viváis la vida a medias, el mundo ya va servido de mediocridad. Buscad un motivo para ser felices, porque en las horas más bajas necesitaréis recordarlo para volver a levantaros. Tomad vuestras propias decisiones porque la vida, al fin y al cabo, es como un semáforo en ámbar: tú decides si te paras o sigues."


Texto original: http://www.elcajondegatsby.com/semaforo-en-ambar/

18 de diciembre de 2014

LAS QUE SON COMO UN BIDÓN DE GASOLINA

"Os invito a que os atraigan las mentes que ven soluciones ante los problemas, las que saben lo que es importante y lo que es accesorio, las que nunca tienen suficiente. Bailad con las mentes claras que esconden algo que no comparten con cualquiera y aquellas capaces de guardar un secreto. Bailad con las mentes que son como la heroína. Buscad las mentes que cambian el mundo porque están diseñadas para ello y no saben hacer otra cosa, las mentes que te retan a hacerlo todavía mejor cuando las cosas no pueden ir peor de lo que van. Acercaos a las mentes que son como un bidón de gasolina esperando a que alguien encienda una cerilla, porque llegado un momento os daréis cuenta de que ese es el tipo de mente con las que nunca te cansas te hacer el amor, o lo que sea que se hace ahora. Os invito a mirar en las mentes que encuentran en la adversidad una manera de hacerse más fuertes, las que van de frente porque los perfiles sólo muestran la mitad, las que hacen que no puedas consumirlas de manera responsable, las que han comprendido que la vida es tan corta que si no haces lo que quieres al final es como si no hubieses hecho nada. Os invito a que hagáis algo de lo que nunca os vais a arrepentir."



Texto original: http://www.elcajondegatsby.com/de-cero-a-diez/

15 de diciembre de 2014

¿QUIÉNES SOMOS LOS BURUQ3A?

Recuerdo aquella tarde en la maravillosa ciudad de Essaouira, paseando por su tranquila medina. Un hombre tan simpático como risueño nos invitó a entrar en su tienda. Sólo mirar, sólo mirar. No comprar. Mientras nos enseñaba su pequeño bazar observé cómo miraba mis pantalones más de lo normal. Unos pantalones vaqueros caídos, desgastados y rotos. En ese momento supuse que, como a mi abuela, le parecerían de maleante y en cuanto tuvo la oportunidad, medio en broma medio en serio y sin dejar de sonreír, me dijo: "buruq3a". ¿Kifache? ¡Buruq3a!

Aquel hombre fue el que me enseñó una palabra que posteriormente he escuchado en Marruecos en varias ocasiones. ¿Qué es eso de buruq3a? Buru93a literalmente significa "el del parche". Desalineado, que viste con trapos. Es una palabra específica utilizada para designar al extranjero español. Una entre tantas palabras para referirse al extranjero occidental. (Gawri, nasrani, romi...)


El origen de esta expresión viene de la época de la Guerra Civil, momento en el que muchos de los republicanos españoles se exiliaron en Tánger y en la zona francesa del protectorado marroquí. Estos exiliados, muy pobres, llegaban con sus ropas cosidas con parches.

Mientras que en su momento era un adjetivo más descriptivo que otra cosa, actualmente buruq3a es un calificativo con carga peyorativa. Pero, a pesar de la connotación negativa que tiene la palabra, yo le tengo un cariño especial. En primer lugar, por la agradable situación en la que me enteré de su existencia. Y, en segundo lugar, porque me resultó tremendamente curioso observar como, mientras en España cuando algunos hablan de moros, de forma despectiva, hablan de gente que huele mal, que no se lava, que viste de cualquier manera... en Marruecos también tienen su palabra particular para hablar de nosotros como nosotros - entre los que no me incluyo - hablamos de ellos. ¡Buruq3a!

¡Qué cosas tiene la vida y qué sano es no olvidarse nunca de lo que hemos sido!

14 de diciembre de 2014

SU CARTA DE DESPEDIDA A RABAT

Ella es Leticia, la primera española a la que conocí durante el tiempo que viví en Rabat. La misma que dentro de unos días, por circustancias de la vida, tiene que marcharse de la ciudad. De su Rabat. De nuestro Rabat.

Esta es su carta de despedida a la ciudad.

 "No arranques nunca una flor, ni parte de ella ni de cuajo. Te lo aseguro, el dolor es grande. Te lo digo yo, que es como me siento ahora que me arrancan de mi ciudad.  Si, mía, como de Carlota o de Alberto, o de tantos que hemos pasado por aquí. Y eso de pasar es un decir, porque hemos estado de todo menos de paso, llegamos para quedarnos, aunque sin estar, para siempre.


Me niego a caer en tópicos, no quiero quedarme en el “Marruecos es una tierra de contrastes”. Es que esta ciudad, una vez se te mete dentro, ya nada vuelve a ser igual. Tiene tantas caras y tan distintas que nunca la encontrarás monótona. Ni ruidosa, ni tranquila; ni demasiado turística, ni por explorar; ni reluciente, ni repugnante; ni extremadamente moderna, ni la más tradicional.  Se podría tachar de ciudad “término medio”. Ahí, destacando lo justo, deslumbrando, pero sin empalagar.

Quizás lo que más magia tiene es que no se haya desgastado su nombre. Es capital, pero se le mantiene en la sombra cuando de hablar de ella se trata. Ciudades que no le llegan ni a la suela del zapato le quitan protagonismo. Que lo sigan haciendo, para que así siga siendo nuestra. De quienes la queremos, la cuidamos, la respetamos y hasta le hablamos.


Le sobran rincones que te quitan el aliento, que no puedes parar de fotografiar: con sol, sin sol, a color, en blanco y negro. Y de personajes, ya ni les cuento. En mi calle sólo hay más de 10. Personalidad le sobra a sus calles. Personalidad por sus personas, no en sentido figurado. Las personas es lo que cuenta en este país y es lo que más me va a costar superar: la falta de personalidad que hay ahí fuera, lejos de Rabat.

Mi calle... ¡de las que más personalidad tiene! Ahmed, el conserje al que no se le escapa una. Hassan con su tiendita de café Carrion y su cuerpecito escuálido. No sé dónde guarda tanto corazón. Los señores de la tienda de muebles, el mayor ejemplo de lo agradable que es dedicarse a ver la vida pasar. ¡Baraka laufik, merci bien! Me dice el tendero de la tiendita más ordenada del barrio, casi al más puro estilo bazar español. La dulzura hecha rostro del otro Mul hanut del lado contrario de la calle, ese al que le brillan los ojos al verte. El chaleco reflectante y el gorrito del señor que cuida los coches de noche y el aliento del que los cuida de día y de noche, tras pimplarse las cervecitas y el vino. La sonrisa de Hajiba y sus múltiples invitaciones para que regreses a su casa a comer manjares marroquís con su familia, a la que también me comería.


Gestos, palabras, muecas, todas sinceras, ¡ni una por quedar bien! Me las llevo todas, bien guardadas. Las sacaré en esos momentos en los que se me olvide que aún hay sitios en los que la gente es gente y el respeto, la simpatía y el cariño que siembras, lo recoges… a diario y no sólo de vez en cuando.

Y si me planteo que es lo que más voy a echar de menos, un remolino de pensamientos me invade y me resulta difícil ponerlo en palabras...


Pues echaré de menos tener la casa llena de buena gente, pero a ellos ya se los diré cara a cara, como merecen; expresarme en dialecto marroquí, ese hablar que sale a golpes de lo más hondo del alma; vivir de temporada, comiendo lo que se tiene que comer en cada momento y deleitándome con el espectáculo visual de las frutas y verduras estacionales y saber en qué época estoy sólo porque ellas me lo cuentan; el alboroto; la mirada fija a los ojos; la excesiva paciencia para unas cosas y la absoluta falta de ella para otras; las inconscientes lecciones de vida…

Me voy, pero para volver, o por lo menos eso es lo que deseamos todos los que de aquí nos marchamos. Esto no es una adiós, es un hasta luego, ¡inshallah!"

Si quieres que tu historia también aparezca por aquí sólo tienes que pedirlo. Ponte en contacto conmigo e intentemos entre todos, desde nuestra experiencia personal, transmitir la realidad, buena y menos buena, de Marruecos.

13 de diciembre de 2014

ENTRE IGNORANTES ANDA EL JUEGO

Me acuerdo muchas veces de aquella tarde. Volvía a España para trabajar como ingeniera después de mi estancia en Rabat. Volvía a mi país después de haber vivido la mejor experiencia de mi vida. No dejé de llorar desde que me marché de la casa en la que había residido con una familia marroquí. Recordaba todo lo vivido, toda la gente que había conocido, todo lo que había aprendido... y sólo podía hacerlo entre lágrimas.  Lágrimas de pura alegría. Lágrimas de pura tristeza. Tocaba cerrar esa etapa para empezar una nueva y nada más llegar al aeropuerto de Barajas, en Madrid, toda esa emoción que llevaba acumulada se manifestó rápido en forma de rabia...

Una  vez que los pasajeros ya teníamos nuestras maletas nos dirigíamos casi en fila india, como suele ocurrir en estos casos, hacia la salida. La inmensa mayoría eran marroquíes y, aunque aún no sé muy bien de dónde salieron, venían también dos mujeres que trabajan en el aeropuerto. No tenían pinta de ser azafatas pero iban trajeadas. Recuerdo que una de ellas me llamó especialmente la atención por la (asquerosa) manera que tenía de mascar el chicle. No dejaban de cuchichear entre ellas y de mirar a los pasajeros por encima del hombro, con esa actitud chulesca que sólo lo más ignorantes saben tener.


Después de un paseíto les perdí la pista y, cuando me disponía a entrar con mi mochila y mi maleta en uno de esos ascensores inmensos del aeropuerto, allí estaban ellas. Mascando chicle y sin parar de cuchichear. Entré, junto con otra pareja, y detrás mío venía una joven marroquí de unos 35 años, sola con sus maletas y su temido hijab. Yo estaba dentro, de cara a la puerta, y a las señoritas las tenía detrás. A mi izquierda. La chica magrebí se dispuso a entrar y la rubia teñida mascachicles, ante el atrevimiento de la joven de querer compartir un ascensor con una occidental de su categoría, dijo: 'No, esta no cabe.' Así, a bocajarro. Literal. 'Esta no cabe.' Salí de repente de la nube en la que me encontraba, recordando momentos inolvidables en Marruecos, y no pude evitar girarme. Sólo me salió decir: '¿Por qué no cabe? ¿Porque lleva un pañuelo?'. La mujer, acostumbrada a ladrar sin que nadie le recrimine nada, se quedó sorprendida y dijo: 'No, bueno... es que no queda mucho sitio...' Sin decir nada más, me hice a un lado y la joven marroquí entró en el ascensor - sin ningún problema de espacio - agachando la cabeza y sin decir ni mú. Aburrida ya, supongo, de escuchar barbaridades similares.

Pocos minutos antes la había visto en el avión, hablando entre risas - en perfecto español - con una pareja que iba sentada a su lado. Y toda esa emoción que llevaba yo encima se transformó rabia al escuchar semejante frase. Rabia por ver que a una joven se la trata mal por querer entrar en un ascensor. Rabia por saber que aquella chica entendía el idioma y tuvo que escuchar lo que la mascachicles quiso decir. Rabia porque no sólo no se vio con fuerzas para decir nada sino que agachó la cabeza y se quedó parada, como la rubia quería. Rabia porque si, con razón, la joven estalla y contesta mal, no le habría faltado tiempo a más de una para llamarle maleducada. Aparte de recalcar, claro, que "es que esta gente no se integra".


Pocos meses después, una mañana de sábado, me encontraba en Barbastro, el pueblo de Huesca en el que vivo. Una mujer de unos 60 años iba cargadísima con las bolsas de la compra y cuando se disponía a cruzar por el paso de cebra las bolsas cedieron y toda su compra acabó en el suelo. Un marroquí de unos 40 años se encontraba a su lado e, instintivamente, se agachó para ayudar a la mujer a recoger todo aquello. La señora, en cuanto lo vio, le apartó con las manos mientras repetía: 'Quita, quita.' No vaya a ser que le pegue algo. El hombre, con más cara de asombro que de otra cosa, se levantó y siguió su camino. Como si allí no hubiera pasado nada. Aburrido ya, supongo, de vivir situaciones similares. ¿Qué hubiera pasado si, con razón, le hubiera dicho a la mujer: 'Ale, ahora lo recoge usted sola, ignorante.'? Una vez más, mal educado, machista y moro de mierda hubieran sido los mejores calificativos que hubiera tenido que aguantar.

¿Qué ha hecho esa chica para tener que sentirse despreciada por querer entrar con maletas en un ascensor? ¿Por qué el hombre, sólo por haber nacido donde ha nacido, tiene que aguantar que se le trate como a un apestado? ¿Por qué algunos, en pleno siglo XXI, todavía se creen que la tierra que pisan y el aire que respiran les pertenece? ¿Cómo nos sentiríamos si fuéramos a entrar en un ascensor en Alemania, Finlandia o Noruega y alguien de allí nos dijera: 'Uy, no. Los españoles aquí no caben'? ¿O si en Holanda, Inglaterra o Australia fuéramos a ayudar a una mujer mayor y nos apartara de mala manera diciendo: 'Quita, quita, que eres español'¿Por qué si cuando nosotros vamos a otro país no queremos que, ni por asomo, se nos relacione con miles de violadores, pederastas, asesinos, terroristas y ladrones que han nacido en nuestro país pero somos los primeros en despreciar a otros sólo por ser de dónde son? ¿Por qué nos creemos con el derecho a jugar a ser Dios?