Ella es Leticia, la primera española a la que conocí durante el tiempo que viví en Rabat. La misma que dentro de unos días, por circustancias de la vida, tiene que marcharse de la ciudad. De su Rabat. De nuestro Rabat.
Esta es su carta de despedida a la ciudad.
"No arranques nunca una flor, ni parte de ella ni de cuajo. Te lo aseguro, el dolor es grande. Te lo digo yo, que es como me siento ahora que me arrancan de mi ciudad. Si, mía, como de Carlota o de Alberto, o de tantos que hemos pasado por aquí. Y eso de pasar es un decir, porque hemos estado de todo menos de paso, llegamos para quedarnos, aunque sin estar, para siempre.
Me niego a caer en tópicos, no quiero quedarme en el “Marruecos es una tierra de contrastes”. Es que esta ciudad, una vez se te mete dentro, ya nada vuelve a ser igual. Tiene tantas caras y tan distintas que nunca la encontrarás monótona. Ni ruidosa, ni tranquila; ni demasiado turística, ni por explorar; ni reluciente, ni repugnante; ni extremadamente moderna, ni la más tradicional. Se podría tachar de ciudad “término medio”. Ahí, destacando lo justo, deslumbrando, pero sin empalagar.
Quizás lo que más magia tiene es que no se haya desgastado su nombre. Es capital, pero se le mantiene en la sombra cuando de hablar de ella se trata. Ciudades que no le llegan ni a la suela del zapato le quitan protagonismo. Que lo sigan haciendo, para que así siga siendo nuestra. De quienes la queremos, la cuidamos, la respetamos y hasta le hablamos.
Le sobran rincones que te quitan el aliento, que no puedes parar de fotografiar: con sol, sin sol, a color, en blanco y negro. Y de personajes, ya ni les cuento. En mi calle sólo hay más de 10. Personalidad le sobra a sus calles. Personalidad por sus personas, no en sentido figurado. Las personas es lo que cuenta en este país y es lo que más me va a costar superar: la falta de personalidad que hay ahí fuera, lejos de Rabat.
Mi calle... ¡de las que más personalidad tiene! Ahmed, el conserje al que no se le escapa una. Hassan con su tiendita de café Carrion y su cuerpecito escuálido. No sé dónde guarda tanto corazón. Los señores de la tienda de muebles, el mayor ejemplo de lo agradable que es dedicarse a ver la vida pasar. ¡Baraka laufik, merci bien! Me dice el tendero de la tiendita más ordenada del barrio, casi al más puro estilo bazar español. La dulzura hecha rostro del otro Mul hanut del lado contrario de la calle, ese al que le brillan los ojos al verte. El chaleco reflectante y el gorrito del señor que cuida los coches de noche y el aliento del que los cuida de día y de noche, tras pimplarse las cervecitas y el vino. La sonrisa de Hajiba y sus múltiples invitaciones para que regreses a su casa a comer manjares marroquís con su familia, a la que también me comería.
Gestos, palabras, muecas, todas sinceras, ¡ni una por quedar bien! Me las llevo todas, bien guardadas. Las sacaré en esos momentos en los que se me olvide que aún hay sitios en los que la gente es gente y el respeto, la simpatía y el cariño que siembras, lo recoges… a diario y no sólo de vez en cuando.
Y si me planteo que es lo que más voy a echar de menos, un remolino de pensamientos me invade y me resulta difícil ponerlo en palabras...
Pues echaré de menos tener la casa llena de buena gente, pero a ellos ya se los diré cara a cara, como merecen; expresarme en dialecto marroquí, ese hablar que sale a golpes de lo más hondo del alma; vivir de temporada, comiendo lo que se tiene que comer en cada momento y deleitándome con el espectáculo visual de las frutas y verduras estacionales y saber en qué época estoy sólo porque ellas me lo cuentan; el alboroto; la mirada fija a los ojos; la excesiva paciencia para unas cosas y la absoluta falta de ella para otras; las inconscientes lecciones de vida…
Me voy, pero para volver, o por lo menos eso es lo que deseamos todos los que de aquí nos marchamos. Esto no es una adiós, es un hasta luego, ¡inshallah!"
Si quieres que tu historia también aparezca por aquí sólo tienes que pedirlo. Ponte en contacto conmigo e intentemos entre todos, desde nuestra experiencia personal, transmitir la realidad, buena y menos buena, de Marruecos.
Esta es su carta de despedida a la ciudad.
Me niego a caer en tópicos, no quiero quedarme en el “Marruecos es una tierra de contrastes”. Es que esta ciudad, una vez se te mete dentro, ya nada vuelve a ser igual. Tiene tantas caras y tan distintas que nunca la encontrarás monótona. Ni ruidosa, ni tranquila; ni demasiado turística, ni por explorar; ni reluciente, ni repugnante; ni extremadamente moderna, ni la más tradicional. Se podría tachar de ciudad “término medio”. Ahí, destacando lo justo, deslumbrando, pero sin empalagar.
Quizás lo que más magia tiene es que no se haya desgastado su nombre. Es capital, pero se le mantiene en la sombra cuando de hablar de ella se trata. Ciudades que no le llegan ni a la suela del zapato le quitan protagonismo. Que lo sigan haciendo, para que así siga siendo nuestra. De quienes la queremos, la cuidamos, la respetamos y hasta le hablamos.
Le sobran rincones que te quitan el aliento, que no puedes parar de fotografiar: con sol, sin sol, a color, en blanco y negro. Y de personajes, ya ni les cuento. En mi calle sólo hay más de 10. Personalidad le sobra a sus calles. Personalidad por sus personas, no en sentido figurado. Las personas es lo que cuenta en este país y es lo que más me va a costar superar: la falta de personalidad que hay ahí fuera, lejos de Rabat.
Mi calle... ¡de las que más personalidad tiene! Ahmed, el conserje al que no se le escapa una. Hassan con su tiendita de café Carrion y su cuerpecito escuálido. No sé dónde guarda tanto corazón. Los señores de la tienda de muebles, el mayor ejemplo de lo agradable que es dedicarse a ver la vida pasar. ¡Baraka laufik, merci bien! Me dice el tendero de la tiendita más ordenada del barrio, casi al más puro estilo bazar español. La dulzura hecha rostro del otro Mul hanut del lado contrario de la calle, ese al que le brillan los ojos al verte. El chaleco reflectante y el gorrito del señor que cuida los coches de noche y el aliento del que los cuida de día y de noche, tras pimplarse las cervecitas y el vino. La sonrisa de Hajiba y sus múltiples invitaciones para que regreses a su casa a comer manjares marroquís con su familia, a la que también me comería.
Gestos, palabras, muecas, todas sinceras, ¡ni una por quedar bien! Me las llevo todas, bien guardadas. Las sacaré en esos momentos en los que se me olvide que aún hay sitios en los que la gente es gente y el respeto, la simpatía y el cariño que siembras, lo recoges… a diario y no sólo de vez en cuando.
Y si me planteo que es lo que más voy a echar de menos, un remolino de pensamientos me invade y me resulta difícil ponerlo en palabras...
Pues echaré de menos tener la casa llena de buena gente, pero a ellos ya se los diré cara a cara, como merecen; expresarme en dialecto marroquí, ese hablar que sale a golpes de lo más hondo del alma; vivir de temporada, comiendo lo que se tiene que comer en cada momento y deleitándome con el espectáculo visual de las frutas y verduras estacionales y saber en qué época estoy sólo porque ellas me lo cuentan; el alboroto; la mirada fija a los ojos; la excesiva paciencia para unas cosas y la absoluta falta de ella para otras; las inconscientes lecciones de vida…
Me voy, pero para volver, o por lo menos eso es lo que deseamos todos los que de aquí nos marchamos. Esto no es una adiós, es un hasta luego, ¡inshallah!"
Si quieres que tu historia también aparezca por aquí sólo tienes que pedirlo. Ponte en contacto conmigo e intentemos entre todos, desde nuestra experiencia personal, transmitir la realidad, buena y menos buena, de Marruecos.
Y por ella , te conoci a ti!Gracias, Leti
ResponderEliminarSin palabras...
ResponderEliminarMuy bonitooo... un abrazote!!
ResponderEliminarEmocionada Leti! A esta casa le faltará oír tus risas... Te echaremos mucho de menos
ResponderEliminarMuy bonnito prima.......
ResponderEliminarAnimo prima! Se como te sientes y me apena mucho! Pero seguro si lo deseas tanto volverás!!!
ResponderEliminarNunca se deja un lugar, siempre hay un trocito de uno mismo que se deja atrás, y que se queda aguardando hasta tu vuelta...
ResponderEliminarEmotivas palabras Leti. Consigues que nos traslademos a esa desconocida ciudad y la veamos a través de tus palabras. Un besote
ResponderEliminarNo me digas que te vas
ResponderEliminarLeticia, yo todavía no he llegado a Marruecos pero imagino tu tristeza al tener que irte. De alguna manera Marruecos vive ya en ti y siempre será así, como en cada uno de los que hemos estado allí. Un beso y ánimo, que seguro que vuelves!
ResponderEliminarChicha ya sabemos lo mucho que amas esa ciudad y estoy mas que seguro ella a ti también, podrás irte de Rabat pero Rabat ya nunca se podrá ir de ti. Volverás!
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