Hace poco leí en un libro (‘es mentira, en realidad lo escuché en la
radio’) ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Y al pensar
en la infinidad de cosas que han pasado en los últimos meses me doy cuenta de
que es precisamente eso lo que me hace feliz. El haber podido vivir tantísimas
experiencias nuevas y en tan poco tiempo. Me siento muy afortunada y muy
agradecida por todo lo que me está pasando. Pero también soy consciente de que
sin haberlo intentado, lógicamente, nunca lo hubiera conseguido. Como bien dice Keny Arkana, tengo esa rabia de llegar hasta el final y de ahí a donde quiera llevarme la vida.
Cuando te acostumbras a cierta forma de vida, a menudo fuera
de tu ‘zona de confort’, luego es muy difícil desengancharse. Para muchos el
tener la situación bajo control en un ambiente que conocen es la mejor manera
de vivir. O la más cómoda, diría yo. Pero cada vez hay más gente, y más joven,
entre los que me incluyo, que son adictos a lo desconocido. A vivir a diario
con miles de estímulos y emociones nuevas que cuando te faltan llegas a
necesitarlas realmente. Es nuestra droga particular.
Viviendo en Marruecos, donde el día a día se desarrolla en
árabe o en francés, la primera barrera es, lógicamente, la comunicación. Pero cada día es un poco menos
difícil sobrepasarla y el que sea complicado no implica que sea un problema,
al contrario. Los pocos días que he estado en España he echado muchísimo de
menos el oír continuamente la televisión o conversaciones ajenas y no saber de qué va el tema. Y el hacerme entender y comprender a gente hablándome en idiomas que
nunca he estudiado como es debido me hace especial ilusión. Que me llena de
orgullo y satisfacción, vamos.
Hace unas horas mi padre se ha vuelto a España después de unos
días de visita en Rabat. Como muchos españoles, especialmente entre los menos
jóvenes, sólo sabe español y muchas veces preguntaba: ¿pero y si no estoy
contigo ahora cómo sé dónde tengo que ir o cómo le pregunto a alguien tal cosa?
O en los viajes en tren, en los que ‘si viniera yo solo, estaría acojonado’. Cuando uno se encuentra en una situación nueva es inevitable sentir
esa incertidumbre y nerviosismo que supone enfrentarse a algo que no conoces. En ciertos momentos es normal que 'huela a caquita' porque somos humanos y nadie nace sabiendo. Pero el cómo nos afecta esa sensación, cómo la asimilamos y cómo llegamos a depender de ella es lo que nos hace diferentes. Es obvio que cuantas más
situaciones vivamos y más diferentes sean, mucha más capacidad tendremos de
adaptarnos a nuevos entornos. Por eso, los que disfrutamos tanto aprendiendo así estamos de suerte. Porque mientras que la ‘zona de confort’ es muy limitante, la
‘zona mágica’, si la buscas, no termina nunca, nunca, nunca.
Este si que me flipa!
ResponderEliminarSi es que al final, se te coge hasta cariño! :)
ResponderEliminarSíii yo siempre digo que mi zona de confort está, en realidad, fuera de la zona de confort jajajjjja
ResponderEliminarMuy buena reflexion, yo que estoy a punto de salir de mi zona de confort y me voy a Londres a estudiar ingles!!!! jajajajaja
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