8 de mayo de 2013

VAGAMUNDOS EN EL MORO VOL II

Además de eso, la gente en Marruecos vive tranquila. Son alegres, muy cercanos y cariñosos. Sonríen mucho y tienen buen humor. Les gusta vacilar y pasárselo bien, dónde sea, con cualquiera. Casi siempre están de buen rollo pero cuando se les cruza el cable tienen muy mala hostia. Pero que muy, muy mala. Aunque tardan lo mismo en enfadarse que en desenfadarse; es sólo cuestión de segundos. Es cierto que el idioma hace que todo parezca aún más trágico, pero cuanto menos les hagas enfadar mejor.

Es un país que, por desgracia, está muy mal cuidado. Y no hablo de casas viejas o monumentos sin restaurar, ni mucho menos. Hablo de la basura. Hay basura en las calles en prácticamente todas las ciudades y lo que queda aún peor, en sitios que se suponen más turísticos o de más ‘categoría’, por decirlo de alguna manera. Está sucio y, aunque es verdad que los que invierten el dinero en chorradas en vez de en lo que realmente importa son los mayores culpables, la gente no ayuda nada y tira las cosas al suelo sin pensar. La mierda llama a la mierda y si ves basura en el suelo, parece que una botella más o menos no va a suponer un problema. Pero qué coraje me da, khouya. No cuesta nada hacerlo bien y la imagen final cambia por completo.


Como ya expliqué hace unos días, aquí son muy de aparentar y, de alguna forma, muy hipócritas. Pero eso tiene su parte positiva también. Me explico. La población menor de 30 años representa un altísimo porcentaje de la población y para mí es una de las mejores partes de Marruecos. Son jóvenes, que se relacionan con muchos extranjeros, que ven las televisiones de medio mundo y que utilizan Internet y especialmente el Facebook como ventana al mundo. Y eso, quieras que no, ayuda a abrir un poco la mente. La religión sigue muy presente pero cada vez son más los que consideran que no pasa nada por tomarse una cerveza, por salir a la calle con chicas que no son su novia o por tener las aventuras que hagan falta antes de casarse. Sigue siendo haram, pero para algunos ya no es tan grave. Aunque de ahí, a pregonar a los cuatro vientos que eres un pecador… eso ya no. Esas cosas se hacen, pero de puertas para adentro, como se suele decir. ¿Hipocresía? Un poco, pero que les quiten lo bailao’.


¿Lo más horrible del país? Sin duda, las políticas caciquistas. La dictadura encubierta para unos y el paraíso eterno para otros. El joder continuamente al pobre y facilitarle las cosas al rico. Para mí uno de los mejores ejemplos, o peores según cómo se mire, es el hecho de que no todo el mundo tiene derecho a ser libre y a marcharse cuando quiera donde le dé la gana. Muchos marroquís no tienen derecho a tener un pasaporte. Algo tan sencillo para nosotros como ir a comisaría, firmar y que nos den el nuestro, para muchas personas aquí, de clase media y baja, es algo con lo que no pueden contar. Si no tienen suficiente dinero en el banco, no pertenecen a tal familia o no tienen cierto puesto de trabajo no hay forma de conseguirlo. Es imposible. No pueden salir de forma legal del país. No pueden. Es horrible, joder. 

7 de mayo de 2013

VAGAMUNDOS EN EL MORO

Hablando de hacer cosas por primera vez, la semana pasada conocí a mi ‘primera española’ desde que vivo en Rabat. Me he encontrado con un montón de extranjeros aquí, más de lo que en un principio me podía imaginar, pero cuando estás con alguien que ha crecido en el mismo país que tú te das cuenta de que cuando fuera de casa, de un modo u otro, a todos nos llaman la atención las mismas cosas .

En Marruecos el concepto del tiempo es psicológico. Los planes de última hora son los preferidos, las agendas dan alergia y la palabra ‘puntual’ en árabe marroquí no debe ni existir. Aquí el tiempo no lo decide el reloj, lo decide Alá. Sí, sí. Como lo lees. Con Leticia recordé esas veces en las que en España alguien decía: Hasta mañana’. Y se contestaba: ‘Si Dios quiere’Pues esta filosofía está presente en muchas situaciones y, para mosqueo de los de fuera, inchallah, el 'Si Dios quiere' marroquí, es algo demasiado cotidiano.

‘¿Quedamos mañana entonces para eso tan importante que tenemos que hacer?’ ‘Inchallah’. O, lo que es más inquietante aún, montar en un taxi, decirle que si te lleva a tal sitio y que la contestación vuelva a ser ‘inchallah’. Sí o no, joder. Sí o no. No inchallah. Aunque hay que reconocer que, una vez que lo interiorizas, es una palabra muy recurrente que te ayuda a salir del paso en muchas situaciones sin meterte en ningún compromiso. El sinónimo oficial en español podría ser 'ojalá' pero el sinónimo real, a menudo, es el 'bueno, ya veremos'.


Casi tan cotidiano como su uso es el hecho de que aquí la gente se mira mucho a los ojos. Mucho, mucho, mucho. En las conversaciones nunca bajan la mirada, al contrario. La fijan de una forma que a veces intimida. Y eso por no hablar de cuando vas por la calle y te quedas mirando a alguien. No hay huevos a mantener la mirada hasta el final. Qué ojos, madre mía. Qué intensidad.

Aparte de eso, el contacto físico entre los marroquís es muy común. Hablan muy alto y gesticulan una barbaridad; utilizan los brazos, especialmente las manos, para acompañar las palabras. Cuando no entienden algo la pregunta 'shnu?' va acompañada de un gesto con la mano muy característico, cuando hablan por el móvil gesticulan como si el otro les estuviera viendo o cuando se saludan, después del apretón de manos, se tocan el pecho (cada uno el suyo, claro). Igual que la palabra ‘puntual’ no existe, un marroquí que no use las manos para expresarse tampoco.


Por suerte, tampoco existe eso de ir a casa de alguien y que no se te ofrezca comida. Aunque no te conozcan de nada y ni siquiera supieran que ibas a ir a visitarles. El no ofrecer comida es una vergüenza, o h' shuma, como dicen por aquí. Y nosotros encantados de que así sea, oye.

Por otro lado, en Marruecos la inmigración está cambiando mucho y esa gente de Senegal, Mali, Mauritancia, etc... que ya no piensa en ir a España, y mucho menos a Europa, decide quedarse aquí. Los ves por la calle haciendo lo mismo que hacían en nuestro país hace no mucho tiempo (vendiendo discos, cinturones, bolsos, móviles…) Lo que haga falta para sobrevivir. Antes de que empezaran a llegar, los marroquís se las daban de no-racistas, pero porque es muy fácil creerse tolerante cuando no hay inmigrantes. Pero ahora que sí los hay, frases tan typical spanish como ‘nos están robando el trabajo’ o ‘sólo vienen a delinquir’ ya las he escuchado más veces de las que me gustaría… 

4 de mayo de 2013

ADICCIÓN A LO DESCONOCIDO

Hace poco leí en un libro (‘es mentira, en realidad lo escuché en la radio’) ¿cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Y al pensar en la infinidad de cosas que han pasado en los últimos meses me doy cuenta de que es precisamente eso lo que me hace feliz. El haber podido vivir tantísimas experiencias nuevas y en tan poco tiempo. Me siento muy afortunada y muy agradecida por todo lo que me está pasando. Pero también soy consciente de que sin haberlo intentado, lógicamente, nunca lo hubiera conseguido. Como bien dice Keny Arkana, tengo esa rabia de llegar hasta el final y de ahí a donde quiera llevarme la vida.


Cuando te acostumbras a cierta forma de vida, a menudo fuera de tu ‘zona de confort’, luego es muy difícil desengancharse. Para muchos el tener la situación bajo control en un ambiente que conocen es la mejor manera de vivir. O la más cómoda, diría yo. Pero cada vez hay más gente, y más joven, entre los que me incluyo, que son adictos a lo desconocido. A vivir a diario con miles de estímulos y emociones nuevas que cuando te faltan llegas a necesitarlas realmente. Es nuestra droga particular.

Viviendo en Marruecos, donde el día a día se desarrolla en árabe o en francés, la primera barrera es, lógicamente, la comunicación. Pero cada día es un poco menos difícil sobrepasarla y el que sea complicado no implica que sea un problema, al contrario. Los pocos días que he estado en España he echado muchísimo de menos el oír continuamente la televisión o conversaciones ajenas y no saber de qué va el tema. Y el hacerme entender y comprender a gente hablándome en idiomas que nunca he estudiado como es debido me hace especial ilusión. Que me llena de orgullo y satisfacción, vamos.


Hace unas horas mi padre se ha vuelto a España después de unos días de visita en Rabat. Como muchos españoles, especialmente entre los menos jóvenes, sólo sabe español y muchas veces preguntaba: ¿pero y si no estoy contigo ahora cómo sé dónde tengo que ir o cómo le pregunto a alguien tal cosa? O en los viajes en tren, en los que ‘si viniera yo solo, estaría acojonado’. Cuando uno se encuentra en una situación nueva es inevitable sentir esa incertidumbre y nerviosismo que supone enfrentarse a algo que no conoces. En ciertos momentos es normal que 'huela a caquita' porque somos humanos y nadie nace sabiendo. Pero el cómo nos afecta esa sensación, cómo la asimilamos y cómo llegamos a depender de ella es lo que nos hace diferentes. Es obvio que cuantas más situaciones vivamos y más diferentes sean, mucha más capacidad tendremos de adaptarnos a nuevos entornos. Por eso, los que disfrutamos tanto aprendiendo así estamos de suerte. Porque mientras que la zona de confort’ es muy limitante, la ‘zona mágica’, si la buscas, no termina nunca, nunca, nunca.