Hace pocos días volví a hablar con este duende del sur y hoy he soñado otra vez con él. De hecho creo que es la persona con la que más veces he soñado en mi vida. Siempre es lo mismo. Estamos rodeados de muchas personas, con mucho jaleo. Pero toda esa gente queda en un segundo plano, yo estoy sola con el enano riendo, disfrutando y aprendiendo. Y abrazándole, aunque no es precisamente el niño más cariñoso del mundo. Ni tampoco el mejor estudiante. Y mucho menos el más obediente. Pero tiene la suerte de haber nacido con ese alma, ese ángel innato que le hace destacar por encima de cualquiera.
Siempre tuve especial debilidad por los niños (y por los no tan niños) que llevan África en la sangre. Y más aún si son tan especiales. Después de vivir tantas cosas con bombones como este algo en mí ha cambiado. Ahora voy por la calle y tengo que hacer grandes esfuerzos para no ponerme a hablar con todos y cada uno de los críos con los que me cruzo. Me recuerdan a él, a Emmanuel, a Khady, a Ayoub, a Najwa, a Fouad, a la niña del aeropuerto de Barajas, al niño del crêpe en Essaouira, a las hijas de Abdul, a los críos del taxi en Tánger, a la nena del Ipod en Rabat, a los chavales en el campo de fútbol de Fez... Me recuerdan lo feliz que he sido gracias a ellos y sólo puedo sonreír cuando les veo.
Hasta hace unos años tenía muy claro lo que quería hacer, pero toda esta gente ha aparecido en mi vida para romperme los esquemas por completo. Ahora lo tengo igual de claro, pero los planes ya no tienen nada que ver con los de hace un tiempo. No quiero trabajar de algo que me quite el sueño, por mucho dinero que pueda ganar. Prefiero dedicarme a algo que me apasione aunque no llegue a fin de mes. Me niego a vivir para trabajar. La forma de vida en Occidente cada día me convence menos, aunque intenten hacernos creer que, por encima de todo, vivimos en el Primer Mundo. 'Nacer para currar y currar para pagar mi lápida' no me llama nada.
No quiero vivir la vida que nos quieren hacer vivir. Tener 19 años y morir de resaca cada fin de semana. Tener 26 años y haberte matado a estudiar para nada. Tener 34 años y trabajar en lo que trabaja todo el mundo, veraneando como veranea todo el mundo. Tener 45 años y pagar a tus hijos una buena educación para que trabajen de reponedor en un centro comercial. Tener 57 años y estar amargado porque llevas años viviendo la misma mierda. Tener 78 años y seguir pagando una casa. Es para echarse a temblar, joder. Si a esto se refieren con ‘calidad de vida’ que baje Dios y lo vea.
Como decía James Dean, yo no pretendo ser la mejor. Sólo quiero volar tan alto que nadie pueda alcanzarme. No para demostrar nada, sólo quiero llegar a donde se debe llegar cuando entregas tu vida entera y todo lo que eres a una única cosa. Me apetece vivir en Marruecos. Me apetece conocer y disfrutar de África. Me apetece hacer feliz a niños a los que las circunstancias en las que crecen no les dejan disfrutar de su infancia. Me apetece educar y enseñar. Me apetece aprender de la gente y no de los libros. Me apetece convivir y trabajar con chavales que no tienen la suerte que he tenido yo. Me apetece que mis hijos (¿he dicho hijos?) crezcan en otro ambiente. Me apetece demostrar(me) que otra forma de vivir es posible. Me apetece tener 85 años, cuando ya ni sea capaz de levantarme sola de la cama, mirar atrás y pensar: mereció la pena. Simplemente eso. Mereció la pena.
Siempre tuve especial debilidad por los niños (y por los no tan niños) que llevan África en la sangre. Y más aún si son tan especiales. Después de vivir tantas cosas con bombones como este algo en mí ha cambiado. Ahora voy por la calle y tengo que hacer grandes esfuerzos para no ponerme a hablar con todos y cada uno de los críos con los que me cruzo. Me recuerdan a él, a Emmanuel, a Khady, a Ayoub, a Najwa, a Fouad, a la niña del aeropuerto de Barajas, al niño del crêpe en Essaouira, a las hijas de Abdul, a los críos del taxi en Tánger, a la nena del Ipod en Rabat, a los chavales en el campo de fútbol de Fez... Me recuerdan lo feliz que he sido gracias a ellos y sólo puedo sonreír cuando les veo.
Hasta hace unos años tenía muy claro lo que quería hacer, pero toda esta gente ha aparecido en mi vida para romperme los esquemas por completo. Ahora lo tengo igual de claro, pero los planes ya no tienen nada que ver con los de hace un tiempo. No quiero trabajar de algo que me quite el sueño, por mucho dinero que pueda ganar. Prefiero dedicarme a algo que me apasione aunque no llegue a fin de mes. Me niego a vivir para trabajar. La forma de vida en Occidente cada día me convence menos, aunque intenten hacernos creer que, por encima de todo, vivimos en el Primer Mundo. 'Nacer para currar y currar para pagar mi lápida' no me llama nada.
No quiero vivir la vida que nos quieren hacer vivir. Tener 19 años y morir de resaca cada fin de semana. Tener 26 años y haberte matado a estudiar para nada. Tener 34 años y trabajar en lo que trabaja todo el mundo, veraneando como veranea todo el mundo. Tener 45 años y pagar a tus hijos una buena educación para que trabajen de reponedor en un centro comercial. Tener 57 años y estar amargado porque llevas años viviendo la misma mierda. Tener 78 años y seguir pagando una casa. Es para echarse a temblar, joder. Si a esto se refieren con ‘calidad de vida’ que baje Dios y lo vea.