Sólo hay dos tipos de personas en el mundo; las que están enganchadas a Marruecos y las que no. Y, a menudo, las del segundo grupo plantean preguntas que no siempre es fácil contestar. Cuestiones tan trascendentales como "Pero... ¿por qué te gusta tanto Marruecos?".
“No tengo ni la más remota idea de qué coño hablaban aquellas chicas y lo cierto es que no quiero saberlo. Las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que hablaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que, precisamente por eso, te hacía palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie viviendo en un lugar tan gris pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros y por unos breves instantes hasta el último hombre se sintió libre.”
Efectivamente, no es fácil hablar de las cosas que te tocan el corazón. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Pero, ya que lo preguntas, te diré que me apasiona Marruecos porque...
1. Porque, como dice la canción, quiero acción y aquí no pasa casi nada.
Marruecos es una bomba para los sentidos y la cantidad de estímulos diarios que recibes hace que te sientas vivo. Hace que tengas que estar muy despierto para gestionar todo lo que el país te ofrece. Pura interacción. Pura acción-reacción. Cualquier día os va a pasar algo, nos dicen cuando volvemos por enésima vez. Pues por eso, joder. Por eso volvemos. Porque siempre pasan cosas, porque fluye (¡y de qué manera!). En múltiples escapadas por Europa hemos disfrutado de lo lindo de todo lo que viajar supone pero nunca hemos llenado la mochila de anécdotas como en el Magreb. Ni buscándolas, ni provocándolas. Jamás. Los momentos que nos regala el país africano, gracias a la inevitable improvisación, son únicos y no vemos el momento de bajar a vivirlos de nuevo. De cruzar el Estrecho para meternos ese chute de vida que tanto bien nos hace.
2. Porque la gente me mira a los ojos cuando me habla.
Y no sólo eso sino que me saluda cuando me ve y se despide cuando se va. (¡Mira tú si me conformo con poco!) Leyes básicas de convivencia que en algunos lugares parecen ya prohibidas. La gente en Marruecos no se corta; si les molesta lo dicen y si les gusta también. La gente se muestra, se expresa, se expone. No soporto a los que tienen la misma cara trabajando que de vacaciones. La misma actitud mosqueados que tranquilos. La misma expresión en el médico y en el bar. La misma sonrisa enamorados que amargados. En Marruecos si se enfadan, se enfadan. Y si se alegran, se alegran. Si quieren, quieren. Y si odian, odian. Si trabajan, trabajan al Sol en pleno Ramadán veraniego. Y si descansan... Si descansan descubres una nueva dimensión de la vida contemplativa. Con pasión, con intensidad. ¡Con actitud! No les gustan las medias tintas porque saben que, a la larga, siempre se acaban borrando. Van con todo o no van. Por eso, como se suele decir, a los marroquíes se les ve venir. Y me llena de energía que sea así.
3. Porque Marruecos es sinónimo de luz, de Sol. Y yo, de rezarle a algo, le rezaría al Sol.
4. Porque me encanta comer bien.
Y la vida en la calle, y el respeto a los mayores, y las sonrisas sinceras, y las muestras de cariño, y la espontaneidad... Como conté en la entrevista para la revista "La Senda de los Elefantes", mi pasión por Marruecos es difícil de explicar pero sé que desde que pisé el país por primera vez y sentí esa magia, esa vida, esa autenticidad, esa manera de reír, esa humildad, esa emoción, esa evasión, esa cultura, esa simpatía, esa realidad, esa hospitalidad, esa caótica tranquilidad, esa empatía, esa sencillez, esa naturalidad, esa honestidad, ese desparpajo, esa alegría… ya no he vuelto a ser la misma.
5. Porque estar en Marruecos es estar en casa.
Y como en casa no se está en ningún sitio. El país me sienta tremendamente bien y, con sus cosas buenas y sus cosas malas, saca lo mejor de mí. Cuando estoy allí soy yo, sin filtros. No sé si es por la gente, por el ambiente, por la forma de vida... pero en ningún lugar siento tanta confianza para soltarme como lo hago en Marruecos. Creo que sólo hace falta ver mis fotos para darse cuenta de que estoy en mi salsa. O, como dice Eva, en mi charca. Sé que no es la más limpia ni la más tranquila, pero es la mía. En la que más agusto chapoteo. Y chapotear sin temor a salpicarse es, a día de hoy, lo más parecido que conozco a ser libre.
“No tengo ni la más remota idea de qué coño hablaban aquellas chicas y lo cierto es que no quiero saberlo. Las cosas buenas no hace falta entenderlas. Supongo que hablaban sobre algo tan hermoso que no podía expresarse con palabras y que, precisamente por eso, te hacía palpitar el corazón. Os aseguro que esas voces te elevaban más alto y más lejos de lo que nadie viviendo en un lugar tan gris pudiera soñar. Fue como si un hermoso pájaro hubiese entrado en nuestra monótona jaula y hubiese disuelto aquellos muros y por unos breves instantes hasta el último hombre se sintió libre.”
Efectivamente, no es fácil hablar de las cosas que te tocan el corazón. Nadie nos ha enseñado a hacerlo. Pero, ya que lo preguntas, te diré que me apasiona Marruecos porque...
1. Porque, como dice la canción, quiero acción y aquí no pasa casi nada.
Marruecos es una bomba para los sentidos y la cantidad de estímulos diarios que recibes hace que te sientas vivo. Hace que tengas que estar muy despierto para gestionar todo lo que el país te ofrece. Pura interacción. Pura acción-reacción. Cualquier día os va a pasar algo, nos dicen cuando volvemos por enésima vez. Pues por eso, joder. Por eso volvemos. Porque siempre pasan cosas, porque fluye (¡y de qué manera!). En múltiples escapadas por Europa hemos disfrutado de lo lindo de todo lo que viajar supone pero nunca hemos llenado la mochila de anécdotas como en el Magreb. Ni buscándolas, ni provocándolas. Jamás. Los momentos que nos regala el país africano, gracias a la inevitable improvisación, son únicos y no vemos el momento de bajar a vivirlos de nuevo. De cruzar el Estrecho para meternos ese chute de vida que tanto bien nos hace.
2. Porque la gente me mira a los ojos cuando me habla.
Y no sólo eso sino que me saluda cuando me ve y se despide cuando se va. (¡Mira tú si me conformo con poco!) Leyes básicas de convivencia que en algunos lugares parecen ya prohibidas. La gente en Marruecos no se corta; si les molesta lo dicen y si les gusta también. La gente se muestra, se expresa, se expone. No soporto a los que tienen la misma cara trabajando que de vacaciones. La misma actitud mosqueados que tranquilos. La misma expresión en el médico y en el bar. La misma sonrisa enamorados que amargados. En Marruecos si se enfadan, se enfadan. Y si se alegran, se alegran. Si quieren, quieren. Y si odian, odian. Si trabajan, trabajan al Sol en pleno Ramadán veraniego. Y si descansan... Si descansan descubres una nueva dimensión de la vida contemplativa. Con pasión, con intensidad. ¡Con actitud! No les gustan las medias tintas porque saben que, a la larga, siempre se acaban borrando. Van con todo o no van. Por eso, como se suele decir, a los marroquíes se les ve venir. Y me llena de energía que sea así.
3. Porque Marruecos es sinónimo de luz, de Sol. Y yo, de rezarle a algo, le rezaría al Sol.
4. Porque me encanta comer bien.
Y la vida en la calle, y el respeto a los mayores, y las sonrisas sinceras, y las muestras de cariño, y la espontaneidad... Como conté en la entrevista para la revista "La Senda de los Elefantes", mi pasión por Marruecos es difícil de explicar pero sé que desde que pisé el país por primera vez y sentí esa magia, esa vida, esa autenticidad, esa manera de reír, esa humildad, esa emoción, esa evasión, esa cultura, esa simpatía, esa realidad, esa hospitalidad, esa caótica tranquilidad, esa empatía, esa sencillez, esa naturalidad, esa honestidad, ese desparpajo, esa alegría… ya no he vuelto a ser la misma.
5. Porque estar en Marruecos es estar en casa.
Y como en casa no se está en ningún sitio. El país me sienta tremendamente bien y, con sus cosas buenas y sus cosas malas, saca lo mejor de mí. Cuando estoy allí soy yo, sin filtros. No sé si es por la gente, por el ambiente, por la forma de vida... pero en ningún lugar siento tanta confianza para soltarme como lo hago en Marruecos. Creo que sólo hace falta ver mis fotos para darse cuenta de que estoy en mi salsa. O, como dice Eva, en mi charca. Sé que no es la más limpia ni la más tranquila, pero es la mía. En la que más agusto chapoteo. Y chapotear sin temor a salpicarse es, a día de hoy, lo más parecido que conozco a ser libre.