Esta es la historia de un bar triste y oscuro que estaba haciendo esquina entre el pasado y el futuro. Tenía cuatro sillas, una por cada muro, mas pinchaba el mejor rap de la ciudad, te lo aseguro. Toda su clientela, estaba compuesta de la más selecta crema de los yonkis y currelas. Servían un alpiste que era marca de la escuela, que no la quitaba sed pero aliviaba las duquelas.
Y yo no sé qué sería, si pena o alegría, o sólo soledad que anda buscando compañía, pero noche tras día siempre había en ese bar unos cuantos que querían ver al sol resucitar. Sentados, allí todos las días eran sábados y dos de cada dos había fiesta en los lavabos. Incomprendidos y ateos convencidos iban hasta esa iglesia pa’ dejar sus donativos.
Y de jueves a domingo cuatro veces por semana, si se cantaba bingo se bajaba la persiana, pa’ que dentro los clientes siguieran con la jarana, bebiéndose el presente pa’ olvidarse del mañana. Vida insana, en su jardín crecía la manzana prohibida, hermana del tumor de la bebida. Su barra era buen puerto para el barco a la deriva, el mejor punto de encuentro para las balas perdidas.
Y ¡no! No había derecho de admisión. La misión: beber pa' emborrachar al corazón. En ningún otro rincón del confín del planeta había tal colección de delincuentes y poetas...
Shariff (L)
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