13 de enero de 2014

MARCHANDO UNA DE ANÉCDOTAS LONDINENSES (2)

(…)

La casa en la que vivía en Londres tenía siete plantas. Pero no siete alturas, sino siete floors. Sabes, ¿no? Bueno, que era muy grande. Estaba en el típico barrio rico de la ciudad, en la típica calles cortas, llena de las típicas casas londinenses. 

Yo era la encargada, entre otras tareas, de la plancha. La habitación para la lavadora estaba en la parte más baja de la casa y la habitación del peque estaba en la última, en la séptima. Una vez que había planchado tenía que dejar la ropa encima de una mesa cuadrada de madera para que cada miembro de la familia, cuando tuviera un rato libre en su ajetreada vida, pasara a buscarlo. Al único al que tenía que meterle su cosas en el armario era al niño, de 5 años.


Una mañana, mientras planchaba, el pequeño bajó a charlar un rato conmigo. Vio que su ropa ya estaba lista y salió de él decir: ‘Me la llevo a la habitación’. Le dije que no se preocupara, que ya la subía yo más tarde. Pero hizo caso omiso. La cogió y subió con ella rumbo a su habitación. Cuando ya estaba casi en la última planta salió su madre y le preguntó que qué hacía con eso. ‘Llevarlo a mi habitación’. A la simpática inglesa no le pareció buena idea y le dijo que volviera a dejarlo donde estaba, que eso no era tarea suya, que eso era tarea de Charlotta. Escuché lo que había pasado y, cuando el crío volvió a la lavandería, le pregunté que porqué lo traía de vuelta (¿Traía de vuelta? Bring it back, digo). Y me contó que su madre le había dicho que esas cosas no tenía que hacerlas él, que para eso estaba Charlotta.


Que a mí me daba igual tener que hacerlo ¿eh? De hecho me daban casa, comida y paga por hacerlo. Pero… ¿qué tipo de persona sana de la cabeza le llama la atención a su hijo por hacer las cosas como hay que hacerlas? ¿Qué clase de niños están criando inculcándoles esa mierda desde tan pequeños? ¿Cómo no me va a provocar rechazo gente de esta categoría? Es sólo una frase, un detalle. Pero una prueba clara del nivel de locura al que se está llegando en ciertas élites y sociedades 'evolucionadas'. 

Días después de que, una vez más, yo me quedara a cuadros, a la chica que vivía en la calle paralela a la mía le pidieron que se quedara un sábado en casa, de 11 a 6 de la tarde, para preparar y controlar el cumpleaños de uno de los pequeños. Era su día libre y se lo pagarían aparte, así que aceptó la propuesta. Después de payasos, juegos, canciones, gritos, comilona y tarta, sobre las 7 de la tarde pudo marcharse. Y, como os podéis imaginar, el jaleo no empezó precisamente a las 11 de la mañana. Más de 8 horas a cargo del circo. ¿Que cuánto le pagaron? 20 libras. Y no tuvieron ni la decencia de dárselas en la mano, claro. Se las dejaron en la cama y se marcharon, al más puro estilo del Ratoncito Pérez.


Otra de las au-pairs españolas que conocí no vivía en mi barrio, pero su familia era amiga de mis vecinos y le propusieron hacer de niñera un fin de semana. Los padres tenían ‘cosas que hacer’ y necesitaban a alguien que se quedará con su bebé el sábado y el domingo. De 8 de la mañana a 2 de la tarde, y de 4 de la tarde a 9 de la noche. Teniendo en cuenta el barrio en el que vivían, que el nivel de vida en Inglaterra es más alto que el de España y que estas cosas suelen pagarse bastante bien, por horas, en aquellos lares, la chica aceptó encantada. Era sólo un fin de semana y aquello iba a suponer un buen pellizco. O al menos eso creíamos todos.


Después del apasionante fin de semana, la joven recibió 50 libras. 50 libras por 22 horas a cargo de un bebé que ni andaba ni hablaba todavía. Unas dos libras la hora por cambiar pañales, preparar desayuno, comida y cena, jugar, acostar y levantar al baby tantas veces como fuera necesario... Menos mal que era amiga de la familia que si no le hubieran pagado… Oh, wait. ¿Menos de dos libras por hora? ¡Cuasi mposible! Mi amiga mostró su indignación al ver el billete con una mueca y la madre le dijo que qué problema había, que era lo que se pagaba en esos casos. Con dos cojones. Tuvo la poca vergüenza de decírselo en su cara y se quedó tan ancha. Fue la primera y la última vez que se vieron, claro. 


O yo vivía en la calle más miserable de todo Londres, algo bastante probable visto lo visto, o estas historias se repiten más a menudo de lo que nos gustaría. Gestos repulsivos que se vuelven más repulsivos aún cuando vienen de gente podrida de pasta que se las da de educada y elegante.

El movimiento se demuestra andando, pero eso algunos no lo tienen muy claro…

2 comentarios:

  1. Uau. A cuadros me he quedado con la historia del niño, la plancha y la ropa. Yo flipo; me parece tan poco humano que no puedo evitar que me cause repulsión. Supongo que no todos los de buena familia serán así, eso espero, vaya. Y las demás anécdotas igual... que cuidar a niños es una responsabilidad y un trabajo enorme como para que no te lo recompensen ni con simpatía ni con unos mínimos... en fin.

    Jaja ni seven floors ni porras, que Charlotta en Londres no se quedaaa ;)

    Besos, guapa!

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  2. El problema no es que te traten mal, sino que lo aguantes. Anda que no es grande el mundo.

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